Escucharás muchas voces que te cuenten historias de vidas que han dejado atrás; historias de dolor, humillaciones, amargura y vergüenza. Abre tus oídos y escucha la voz de todas las mujeres cuya vida ha cambiado y hoy son parte de la otra forma de vivir.
Adriana ha comenzado su segundo matrimonio y vive hoy una historia sin violencia y sin agresiones; feliz, confiada y en plenitud, pero no siempre fue así. Durante más de ocho años su vida fue como una pesadilla interminable y, cuando despertaba de sus sueños intranquilos, sus ojos se abrían sin más brillo que el de las lágrimas. Deseaba en esos momentos que se cerraran más rápido que pronto y evitar así, un episodio más de tristeza y desamparo. Sus días transcurrían entre los intentos por evadir su realidad y los dolores del cuerpo y del alma ocasionados por Miguel, su ex esposo.
Para Adriana no fue fácil buscar soluciones. Había momentos en los que parecía preferir quedarse al lado del causante de su desdicha. Todo con tal de no quedarse sola, pues consideraba que sería incapaz de hacerse cargo de sí misma y, bien que mal, siempre había sobrevivido hasta las peores peleas. Ella pensaba que Miguel cambiaría por que él así se lo prometía, cada vez con más fuerza -comparable a la misma utilizada en el último golpe o en el último grito-.
La información que Adriana escuchaba o leía sobre violencia doméstica –aparentemente- no la registraba, incluso ella misma llegó a informar a una sobrina sobre los lugares que ofrecen ayuda y atención a víctimas de violencia doméstica pero, si alguna amiga intentaba que Adriana se diera cuenta de las semejanzas con su propia historia, ella solía responder que no era así, que a ella nunca la habían tenido que llevar a un hospital o nunca había terminado con un hueso roto.
Al paso de esos ocho años, Adriana fue tomando conciencia del peligro al que se enfrentaba día a día, ya fuera por el apoyo que Leticia, su mejor amiga y Sofía, su hermana le dieron o, por la necesidad de ponerse a salvo, una especie de fuerza interna iba anidando en su interior hasta que, un día -el menos pensado- decidió ponerse a salvo. Buscó a las personas adecuadas y se informó de todo aquello que debería hacer para proceder y denunciar el maltrato, recuperando con ello la confianza en sí misma, descubriéndose valiosa, inteligente y capaz de tomar decisiones.
Es verdad que en la vida de Adriana hubo muchos días en que las sombras pesimistas rondaban su mente con la idea de no poder hacer mucho al respecto de su situación acompañándola desde el amanecer hasta conciliar el sueño por las noches, sin embargo, también es cierto que a cada nuevo amanecer, la tibieza del sol y el fresco de las mañanas tranquilas como esperanza y promesa de otra forma de vida, fueron más frecuentes hasta convertirse en una realidad cotidiana.
Cada una de nosotras podemos promover el bienestar y alzar la voz contra la violencia doméstica desde nuestro ejemplo y experiencia de vida. Seamos la voz que se alza a favor de la otra forma de vivir.
viernes, 29 de enero de 2010
La voz de una...
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