miércoles, 30 de diciembre de 2009

Año Nuevo: Bienvenida a tu nueva vida


Cierra las puertas que tengas que cerrar y abre tu corazón y tu mente a lo que sí quieres vivir.


Como siempre, enero es un buen momento para hacer el balance de lo sucedido en los 12 meses anteriores y proyectar aquello que deseamos para los siguientes 12.

Aquello que debe quedar en el pasado asegúrate de que se quede ahí. Sin rencores, sin arrepentimientos ni amarguras. No escondas el dolor pero no sigas cargando con él. Déjalo donde pertenece como un recordatorio de aquello a lo que no quieres regresar. Tu pasado es parte de lo que te construye pero no te determina. Las malas experiencias así como las personas indeseables en tu vida debes convertirlas en aprendizajes y motores a partir de los cuales renueves la forma de vivir que deseas.

Dale una nueva dirección a tu vida y a tus intereses. ¿Hace cuánto tiempo que no haces aquello que disfrutabas tanto? Cuando piensas en dar ¿qué lugar ocupas para darte a ti, para hacer por ti? Toma cada uno de los pretextos que utilizaste para no verte a ti misma y guárdalos ahí donde no queden a tu alcance.

Recuerda que aquello que no te des, otros estarán imposibilitados para proveértelo. No confíes en que los demás te van a adivinar tal vez, si corres con mucha suerte, alguien le atine a hacer algo que te agrade pero no apuestes por ello.

Una vida nueva supone vivir sin miedo, sin angustia. Recupera la confianza en ti misma y define el rumbo de tu vida haciéndote cargo de tus propias decisiones. Deja los rincones oscuros y busca la luz que ilumine tu cara y tus ilusiones; encuentra en tu familia o tus amigas y amigos ocasiones para disfrutar de lo que sí tienes.

No busques cicatrices que revivan tu dolor; convierte esas marcas en evidencias de lo que no volverá a suceder porque hoy te das la oportunidad de salir adelante. Todo lo que fue ya no es porque ya no lo permites; cada día tienes la oportunidad de modificar tu rumbo para convertirte en una nueva mujer fuerte y decidida. Vuelve atrás la mirada para valorar todo lo que has logrado, las metas alcanzadas, los momentos de los que pudiste salir aún cuando pensabas que sería imposible; pero nada más.

Descubre todo lo que eres capaz de hacer y disfrutar; plantea nuevos retos en los que puedas dar de ti a los demás ayudando y compartiendo tus experiencias. Cuando has vivido una situación difícil, compartirla te libera de la sensación de ser la única que lo ha vivido y tiendes lazos hacia otras personas que pueden, a partir de tu experiencia, reconocer que sí es posible salir adelante.

Una vida nueva te espera para vivirla en plenitud.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Asertividad: Ni muy muy, ni tan tan…


Cuando hablamos de nuestras diferentes reacciones ante las circunstancias que se nos presentan en lo cotidiano básicamente observamos dos tipos de respuesta: por un lado, la pasividad que coloca a una persona en una situación en la que es recipiente de cualquier tipo de agresiones a las que prefiere no responder o no enfrentar como un mecanismo de defensa, aunque insuficiente, para evitar el conflicto. En el otro extremo, encontramos las respuestas tan agresivas u ofensivas como la recibida originalmente y que únicamente dan como resultado un círculo nada virtuoso en el que únicamente se logra la retroalimentación infinita de la mala comunicación.
Pensarse en una forma distinta a las anteriores puede resultar difícil en un contexto en el que no contamos con las habilidades sociales mínimas para lograrlo pues, por lo general, éstas no se enseñan oportunamente en las aulas de clase o en el comedor familiar.

Debemos comenzar por cambiar ciertos patrones como por ejemplo, el hecho de pensar que hablar de lo que sentimos no es apropiado pues, por el contrario, expresarlo nos ubica frente a los demás en una posición en la que nos dejamos ver tal y como somos. Lo más importante es que tú sepas cuáles son tus limitaciones y tus alcances.

Valorar nuestra autoestima no debe representar objetivos inalcanzables, esto es que, darnos a respetar debe ser lo mismo frente al desconsiderado que en la calle aprovecha la oportunidad para meterse en la fila de las compras que con tu cónyuge cuando no quieres hacer algo que a ti no te corresponde. Decir “NO”, contrario a lo que puede pensarse, no aleja a las personas de ti; lo que las personas observan en tu respuesta, es que eres una persona que pone límites y los respeta.

La asertividad no es una varita mágica que cambiará tu entorno o a la gente que te rodea. Es un proceso mediante el cual se van desarrollando actitudes personales adecuadas, alejadas de los extremos pasivo y agresivo que sin embargo, te proporcionan un ambiente diferente en el que poco a poco se va reemplazando el lenguaje de control (grosero, agresivo o chantajista), por uno empático y respetuoso.

En una situación en la que te parece que lo que está sucediendo no es correcto porque te ofende o te molesta ubica lo que sucede; cómo te hace sentir esta situación, qué esperas que cambie, qué propones y, considera también escuchar lo que la otra persona tiene que decir.

“No. Yo no voy a hacer lo que me pides porque no me corresponde; además, me hace sentir mal que no me tomes en cuenta para decidir. Platiquemos juntos y busquemos soluciones”.

Siempre existe un modo adecuado para expresar los mensajes y es necesario pensar antes de actuar para no dar lugar a respuestas que en otro momento nos hicieran sentir culpa o arrepentimiento por no haber actuado correctamente.

Analiza aquellas circunstancias en las que te es más fácil comunicarte: con qué personas sí puedes hacerlo y con quiénes te resulta complicado o imposible y trata de repetir lo que sí te funciona. Seguramente necesitarás realizar varios intentos antes de convertirte en una persona asertiva tanto con tu familia como con los demás pero no es imposible, no te des por vencida. Recuerda que en la medida en la que te percibes diferente, con más seguridad y más fuerza, los demás también lo harán.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Ojo por ojo: Comunicación agresiva


Ojo por ojo y la humanidad quedará ciega.

Gandhi.

El desquite, la venganza o esperar nuestro turno para cobrar “la nuestra”, parecen ser reacciones normales cuando somos víctimas de un ataque, sin importar qué lo provoque, quién nos lo aplique o dónde nos encontremos. Vamos creciendo y viviendo en una sociedad en la que la violencia y la agresión son temas cotidianos; ya no nos espantan ya no alteran nuestra atención. El chisme y la nota roja venden porque de alguna manera nos hacen sentir más afortunados que el otro o la otra a quien sí agredieron, de quien se burlaron o a quien sí mataron.

Cuando se trata de reaccionar podemos hacerle pensar a nuestro atacante que estamos muertas y no movernos para ver si así lo engañamos y se va. También podemos gritar a todo pulmón para que alguien nos venga a salvar o salir corriendo a ponernos a salvo; pero también hay quien responde con la misma intensidad: insulta, golpea, devalúa, ofende y utiliza cualquier recurso igual o semejante al que fue utilizado en contra suya. Reaccionamos tan violentas o más que quien nos agrede porque todos y todas contamos con un instinto primitivo de supervivencia que nos impulsa a reaccionar.

Pero debemos entender que violencia genera violencia. Si me gritan y grito me volverán a gritar y nadie escucha nada. Si respondo con un golpe igual al que recibí, me expongo a recibir uno más fuerte para dejar claro quién manda.

Es una incongruencia ir haciendo por la vida aquellas cosas que les pedimos o deseamos que los demás no nos hagan: “Si le pegas a tu hermano yo te voy a dar a ti para que veas lo que se siente”. “¿Idiota yo?, el burro por delante… tú antes que yo”.

Y puede parecer natural, incluso se fomenta de muchas maneras socialmente aceptadas (chistes, sarcasmo, burlas) responder la agresión como una manera en la que el agresor sienta lo que se siente ser agredido, pero en realidad es una decisión personal hacerlo o no. Tal vez nos exige más trabajo contestar de una manera tajante, poniendo límites y no permitiendo la agresión que hacerlo en automático sin medir consecuencias y siendo al final, tan victimario como el primero, pero te aseguro que hacer las cosas pensando en ellas en lugar de actuar en automático, hace la gran diferencia.

Cambiar una conducta o una actitud sólo puede suceder cuando la cambiamos desde nuestro interior. Nuestros cambios generan cambios hacia afuera y si dejo de responder con agresión, al menos será el comienzo y aquél que recibiría esa agresión podrá recibir algo diferente y, por lo tanto, reaccionar también de manera diferente. Decídete, intenta hacer las cosas de manera diferente para obtener resultados diferentes.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Comunicación pasiva: Di no al silencio.


Existen diferentes formas de reaccionar a situaciones que comprometen nuestra estabilidad pero no todas son adecuadas. Incluso desde pequeños, hay cierta predilección por uno u otro.

Por ejemplo, pensar que el silencio, la pasividad y la no acción sirven para evitar problemas o que tu agresor se enojará menos o que así no habrá conflicto, no es más que un mito basado en el miedo y la sumisión.

Es muy importante entender que el momento en el que empieza la agresión, es decir, en el momento en que otra persona nos pone en una situación incómoda en la que nos hace sentir mal porque se burla de nosotros, nos insulta o ignora o en la que, con actitudes amenazantes como alzar las manos o gritarnos nos intimida y nos hace sentir miedo tenemos que actuar de manera inmediata y decidida. No es adecuado quedarte callada, tu silencio no pone un alto al maltrato (tampoco desear hacerte chiquita para desaparecer funciona) y, por supuesto, negar la situación no aporta ninguna solución al problema.

Con una persona enojada es prácticamente imposible entablar un diálogo; mejor ponte a salvo, el hecho de permanecer ahí, aunque sea calladita, sigue representando una especie de tiro al blanco al cual atacan implacables los dardos de tu agresor. No permitas que el miedo te paralice. Si estás en tu casa, cambia de habitación, da la vuelta y si te es posible sal a la calle y busca alguna persona que te pueda ayudar en ese mismo momento. Si te encuentras fuera de casa y una escena desagradable comienza: apártate y busca un sitio concurrido donde no estés sola. Al primer indicio de una conducta que tú juzgues inadecuada pon un alto inmediato. La pasividad igual que el silencio pueden incluso fomentar la conducta de tu agresor pues éstas le hacen sentir que es capaz de dominarte.

Mira, éstas son las palabras de una mujer que se describe a sí misma tiempo atrás, cuando vivió en una relación destructiva:

“Mi boca servía para comer, mis manos para servir y mi cuerpo para ser golpeado. Aunque intenté hablar con mi boca, cada palabra que salía de ella era motivo de burlas, descalificaciones y en el mejor de los casos de una indiferencia total. Yo podía pensar porque eso si no me lo pudo prohibir jamás, pero preferí siempre guardar silencio para que él no se enojara. De todas formas no sabía qué decirle. Llegó un momento en que por las tardes, al mirar el reloj y ver que ya eran cerca de las seis de la tarde, mis manos comenzaban a sudar: un dolor como de vacío me daba en la boca del estómago y cualquier cosa que estuviera haciendo se quedaba sin terminar. Yo dejaba todo con tal de esperarlo con una sonrisa y toda la casa perfecta para él, pero el miedo nunca desaparecía porque me era imposible saber de qué humor llegaría a casa. Dejaba todo y lo esperaba linda, sonriente y con todo listo para recibirlo aunque nada aseguraba que él no me agrediera porque sobre la mesa del comedor no había suficientes servilletas”.

Poner en palabras lo que piensas y lo que sientes te va dando tu propio lugar frente a ti misma y a los demás. No te permitas pensar que alguien –el príncipe azul, tu mejor amigo o tu papá-, va a venir a salvarte cada vez que estés en una situación difícil. La primera que debe hacerse cargo de ti eres tú. No lo olvides.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Violencia Sexual... recobrando valor.


Ella se mira al espejo deseando no ver su cuerpo. Igual que cuando está en manos de aquel que la utiliza como un objeto, como un botín de guerra; como un vertedero de impulsos agresivos y lacerantes. Ella ha intentado en cientos de ocasiones arrancar su piel lavándola con piedras para ver si así desaparecen el dolor y la humillación. No tuvo oportunidad de escapar, de huir, de defenderse o de morir. Ahí, frente al espejo, desea que el tiempo la convierta en un cuerpo invisible, indeseable… intocable.
Ella recuerda el llanto y la tristeza; le robaron la infancia y la inocencia. Su padre, su esposo, un amigo, un vecino o un desconocido la despojaron de su propio cuerpo y lo envilecieron pero no pudieron arrancar la esencia de su ser.

Ella está en el campo, en la oficina, en la casa o en la calle y, donde quiera que esté, representa un capricho que a fuerza de amenazas, golpes o intimidación, algún hombre consigue para luego arrojarla al olvido o la indiferencia.

Ella es madre, es hermana, es hija, es novia, compañera o esposa pero aún no es Ella la que decide.

Ella es un cuerpo que cada mañana se mueve y que respira pero que hace mucho tiempo dejó de sorprenderse y de soñar. Ella ha dejado de vivir pero su cuerpo está ahí, frente al espejo y trata de sanarlo luego de vestirlo.

Ella intenta cada día recomponerse para continuar. Ella se mira al espejo deseando volver a ver la luz en su mirada y el brillo en su piel.

Ella es cada una de las mujeres que sufren violencia, acoso o explotación sexual.

Ella, se mirará a sí misma y será capaz de ser una mujer libre y llena de vida porque se tiene a sí misma. Reconocerá su valor. Su experiencia la llevará a recobrar la fuerza para encontrar el lugar adecuado, la gente apropiada y otra forma de vivir.