viernes, 29 de enero de 2010

La voz de una...

Escucharás muchas voces que te cuenten historias de vidas que han dejado atrás; historias de dolor, humillaciones, amargura y vergüenza. Abre tus oídos y escucha la voz de todas las mujeres cuya vida ha cambiado y hoy son parte de la otra forma de vivir.


Adriana ha comenzado su segundo matrimonio y vive hoy una historia sin violencia y sin agresiones; feliz, confiada y en plenitud, pero no siempre fue así. Durante más de ocho años su vida fue como una pesadilla interminable y, cuando despertaba de sus sueños intranquilos, sus ojos se abrían sin más brillo que el de las lágrimas. Deseaba en esos momentos que se cerraran más rápido que pronto y evitar así, un episodio más de tristeza y desamparo. Sus días transcurrían entre los intentos por evadir su realidad y los dolores del cuerpo y del alma ocasionados por Miguel, su ex esposo.

Para Adriana no fue fácil buscar soluciones. Había momentos en los que parecía preferir quedarse al lado del causante de su desdicha. Todo con tal de no quedarse sola, pues consideraba que sería incapaz de hacerse cargo de sí misma y, bien que mal, siempre había sobrevivido hasta las peores peleas. Ella pensaba que Miguel cambiaría por que él así se lo prometía, cada vez con más fuerza -comparable a la misma utilizada en el último golpe o en el último grito-.

La información que Adriana escuchaba o leía sobre violencia doméstica –aparentemente- no la registraba, incluso ella misma llegó a informar a una sobrina sobre los lugares que ofrecen ayuda y atención a víctimas de violencia doméstica pero, si alguna amiga intentaba que Adriana se diera cuenta de las semejanzas con su propia historia, ella solía responder que no era así, que a ella nunca la habían tenido que llevar a un hospital o nunca había terminado con un hueso roto.

Al paso de esos ocho años, Adriana fue tomando conciencia del peligro al que se enfrentaba día a día, ya fuera por el apoyo que Leticia, su mejor amiga y Sofía, su hermana le dieron o, por la necesidad de ponerse a salvo, una especie de fuerza interna iba anidando en su interior hasta que, un día -el menos pensado- decidió ponerse a salvo. Buscó a las personas adecuadas y se informó de todo aquello que debería hacer para proceder y denunciar el maltrato, recuperando con ello la confianza en sí misma, descubriéndose valiosa, inteligente y capaz de tomar decisiones.

Es verdad que en la vida de Adriana hubo muchos días en que las sombras pesimistas rondaban su mente con la idea de no poder hacer mucho al respecto de su situación acompañándola desde el amanecer hasta conciliar el sueño por las noches, sin embargo, también es cierto que a cada nuevo amanecer, la tibieza del sol y el fresco de las mañanas tranquilas como esperanza y promesa de otra forma de vida, fueron más frecuentes hasta convertirse en una realidad cotidiana.

Cada una de nosotras podemos promover el bienestar y alzar la voz contra la violencia doméstica desde nuestro ejemplo y experiencia de vida. Seamos la voz que se alza a favor de la otra forma de vivir.

viernes, 22 de enero de 2010

Estableciendo límites... ¿Por qué me tratan así?


Los límites nos ponen a salvo; nos contienen y nos protegen. Son tan necesarios como las vacunas para no enfermarnos, los barandales para no precipitarnos al vacío o los candados para que nadie nos robe nuestras pertenencias. Sin embargo, ya sea por razones culturales, por la necesidad de quedar bien o porque no nos consideren anticuadas, mala onda y sangronas, permitimos que sean ignorados, pisoteados y rebasados.
Establecer límites quiere decir que tú eres capaz de reconocer aquellas situaciones que te incomodan y que no permitirás que alguien vaya más allá de lo que tú consideras apropiado. Implica que seas la primera que los respeta, los mantiene y los defiende.

Cada persona, de acuerdo a sus propias experiencias, los determina. Esto quiere decir que, para una mujer en la relación que mantiene con su pareja, la malas palabras no son aceptables; por ello, no las utiliza y deja muy claro que tampoco acepta que las utilicen en contra suya pero, también puede ser que para otra, no tengan tanta importancia pero esta misma razón dificulta la claridad en el límite.

Lo que se permite una vez, estará condenado a repetirse muchas otras.

Tú puedes vencer el miedo a las discusiones. Debes estar segura de que puedes defender tu punto de vista, tu idea sobre algo que consideras adecuado o tu convicción para no acceder a las peticiones o exigencias de alguien que se quiere aprovechar de ti. Sé firme y mantente en tu posición, si empiezas a negociar tu bienestar, tu ideología o tu integridad, te arriesgas a perderlas por completo.

Las relaciones con las personas no son sencillas pues cada una ve el mundo desde su propia mirada y no siempre es igual a la nuestra. Es frecuente que algo que nos dicen o nos hace alguien nos incomode o, de plano, nos colme la paciencia pero, no por ello cortaremos nuestra relación con el mundo. Por el contrario, si verdaderamente queremos que nuestras relaciones con los demás mejoren, hay que aprender a defender nuestro espacio.

Una vez que le haces saber a la otra persona que eso que dijo o hizo no te gusta, también debes dejarle claro lo que va a suceder si se repite y, si vuelve a suceder, contra viento y marea, ¡cumple con la consecuencia que habías prometido!

Pongamos un ejemplo. Alfonso llegó una hora tarde para recoger a Susana, no se disculpó y ya no fueron al cine. Sin llanto y sin ganas de venganza, Susana le dice a Alfonso que se siente enojada y triste, no le grita ni lo agrede. Le dice que no está dispuesta a perderse de una película, llegar tarde a una cena o quedarse en casa porque a él se le haga tarde y no tenga la consideración de avisarle con tiempo de su retraso. Así que, -agrega Susana- la próxima vez que vayamos a salir, si no hay una llamada en la que me avises que no podrás llegar a la hora acordada, te esperaré un tiempo razonable pero al cabo de éste, me voy. Alfonso, no cree que Susana sea capaz de cumplir sus advertencias, “Sí, sí. Lo que tú digas”- termina diciendo sin mucho convencimiento-. El siguiente fin de semana, han quedado en que irían a una comida y que Alfonso pasaría por ella a la una de la tarde. Es la una con veinte minutos y Susana, al no tener noticias de Alfonso, ha tomado un taxi y se ha ido a su comida. Alfonso, al llegar a recogerla y no encontrarla, sorprendido por su actitud, llama a Susana a su celular y comienza a reclamarle su poca tolerancia. Susana no entra en discusión y simplemente le repite que ése fue el acuerdo y que ella está cumpliendo con lo que dijo que iba a hacer cuando él no cumpliera con su compromiso.

No sabemos cuál será exactamente la reacción de Alfonso, pero ése es problema de él. Susana ha puesto en claro que no permite ser ignorada. No se castiga a sí misma quedándose sin hacer lo que quería, no entra en discusiones acaloradas ni se pone en el papel de víctima para que Alfonso le pida perdón y le dé besitos para que olvide su falta (hasta que la vuelva a repetir) pues si así lo hubiera hecho, el mensaje para Alfonso habría sido: “no te preocupes tú sigue llegando tarde, al fin que un besito, unas flores o una falsa promesa es suficiente para volver a faltarme al respeto y que te perdone por ello”.

Cuídate a ti misma. Sé la primera en respetarte, valorarte y amarte para que, quien quiera estar a tu lado, lo haga de la misma manera.

A la pregunta: ¿por qué me tratas así? La respuesta puede ser “porque tú te dejas”.

viernes, 15 de enero de 2010

El victimario y el dominio machista


En muchos países, incluido el nuestro, el papel que juega la mujer en la vida de los hombres es igual al de cualquier objeto. Ya sea por elementos culturales o de educación, prevalece el rol de la mujer al servicio del hombre, de sus hijos o de su casa sin que esta forma de vida pueda etiquetarse como patológica o anormal. Es de origen, un sistema patriarcal y de dominio machista en el que la expresión de la frustración o de la carga emocional agresiva son volcados hacia la mujer como a un objeto. A este comportamiento se pueden agregar los sentimientos de posesión, dominancia y humillación como generadores de agresión.


Pensar que todos los hombres, por el hecho de serlo, ejercerán agresión contra sus parejas es definitivamente un error. También lo es el hecho de pensar que todos los agresores son iguales pues se pueden distinguir diferentes tipos de personalidad cuyas características muestran una mayor probabilidad de desarrollar relaciones destructivas, violentas o patológicas:

Algunos son inseguros, dependientes, conflictivos y ansiosos que controlan mal sus emociones; inestables afectiva y emocionalmente; cuando establecen una relación es con una mujer segura, estable y fuerte psicológicamente que refuerce sus características personales, les de seguridad y de la cual se hacen dependiente desde el punto de vista emocional y afectivo. En esta relación, la mujer puede aceptar su rol, asumiendo la toma de decisiones, el de protectora y el de la fuerte en la relación. En caso contrario, ella puede rechazar la situación al sentirse aislada por el encierro en el que su pareja pretende tenerla; la reacción del maltratador al rechazo es de ansiedad y frustración acosando, coaccionando, persiguiendo y agrediendo físicamente y, con tal de no perderla, pueden incluso llegar a quitarle la vida.

Otro tipo de personalidad es el maltratador extrovertido, poco responsable de su pareja con un estado emocional muy cambiante. Suele reprimirse en su trabajo pero acumula frustraciones que desquita con explosiones de maltrato físicas y/o psicológicas -como aguaceros- y que, al cabo de un rato, pareciera no haber sucedido nada. Si la mujer reacciona y amenaza con dejarlo o incluso denunciarlo, el maltratador pedirá perdón, mostrará arrepentimiento y jurará no volver a comportarse de esa manera lo que promueve la reconciliación. El peligro para ella depende del nivel de agresión de cada momento que, generalmente, irá en aumento.

En otro grupo encontramos al maltratador cuya autoestima es fuerte, exitoso, autosuficiente y muy exigente del comportamiento de los demás que si se relaciona con una mujer sumisa, dependiente y de baja autoestima, establece una relación patológica de humillación y maltrato físico o emocional cuando la mujer no cumple con sus deseos y necesidades. En este caso la víctima no se atreve a denunciar ya sea por incredulidad o por temor a las represalias y suele suceder que el apoyo se encuentre hasta que los hijos sean mayores para llevar a cabo la denuncia o ruptura de la relación.

Podemos describir otro grupo en el cual la relación “estable” se quiebra por el cambio de rol en mujeres que habían permanecido en desventaja y que, ya sea porque han asimilado el cambio o por la adaptación a la evolución social, establecen nuevos límites que no son del mismo modo asimilados por los hombres cuyas costumbres están tan arraigadas a ellos como raíces a la tierra. La emancipación, la respuesta agresiva y el orgullo se establecen con resultados a veces, muy graves.

Debes de tomar en cuenta que si tu pareja además de tener características similares a las anteriores consume alcohol u otras drogas, su impulsividad y el pobre control de sí mismo aumentan y con ello la gravedad de la situación también.

No hagas de tu relación de pareja una relación de miedo o de dependencia. El amor no duele ni amenaza, no sufre, no humilla, no maltrata.

viernes, 8 de enero de 2010

Ser Víctima... un dolor contradictorio


Víctima de la violencia, cada mujer que ha padecido esta situación pasa por diferentes vivencias que pueden llegar a ser contradictorias y difíciles de manejar. Por un lado el dolor ocasionado por el daño sufrido y por otro, el amor que siente por su pareja.

Aún frente a esta contradicción que puede erizar el pelo de propios y extraños, en la mayoría de las ocasiones ella regresará al lado de su pareja olvidando lo sucedido, perdonando la agresión y más a menudo de lo que nos gustaría, sintiéndose culpable del episodio. Las víctimas de la violencia doméstica no son solamente las mujeres que la padecen; también sus familias y la gente cercana a ellas pasan por dinámicas difíciles de manejar. Unos viviendo la agresión como propia, respondiendo con injurias y promesas de acabar con aquél que te hizo daño; otros, los menos, poniéndose en tu lugar para tratar de entenderte y ayudarte a salir.

Una víctima de violencia, la mayoría de las veces, no es consciente de serlo y por ello observamos con regularidad que, una vez pasado cierto tiempo la mujer regresa a la situación de vida anterior (como quien no puede superar una adicción aún sabiendo que expone peligrosamente su vida). Se experimenta un fenómeno extraño en el que pareciera que a pesar del dolor, ni las lesiones (visibles o no) ni la frustración son suficientes para mantener distancia y, por el contrario, ganan en ella el temor a no poder enfrentarse sola a la vida, la incapacidad para tomar decisiones, el miedo a quedar sola y la desdicha de no obtener lo que deseaba en principio de esa relación.

Una víctima no decide serlo. Poco a poco la persona se pierde a sí misma y su capacidad de ser individual y autónoma se desvanece. Se desdibuja y es casi propiedad de aquel que la ha hecho suya como si fuese una mercancía. Por ello es indispensable entender que si tú eres o has sido víctima de violencia no eres culpable de ello, que no importan las circunstancias buenas o malas por las que llegaste a esa relación, tú no generaste en tu agresor la decisión de serlo.

Una víctima no solamente lo es de su victimario sino de sí misma. Incluso habiendo superado una mala relación, es necesario enfrentar otras adversidades que no necesariamente se ven frente a frente. Podemos observar, por ejemplo, que al verte vulnerable y necesitada de apoyo mucha gente quiere ayudar bajo argumentos como “déjalo por tu bien”, “debes hacer esto o aquello” o “no vuelvas a decir eso”… pero te siguen diciendo lo que tienes o no que hacer y no se dan cuenta de que esa actitud te puede provocar confusión pues obligándote a tomar decisiones que no son necesariamente las tuyas terminas por sentirte abrumada y confundida. Otro factor a enfrentar puede ser la culpa que no te permite perdonarte y abrir paso a la recuperación encontrando una y otra vez razones que te encadenan en un el lugar de víctima (como si no tuvieras derecho a una vida diferente) tales como el sentimiento de frustración por haber permanecido al lado de alguien que te hacía daño, el de impotencia por no haberle podido ayudar o cualquier otro que alimente sentimientos de minusvalía.

Como la astilla que se ve en el ojo ajeno, reconocer a una víctima de la violencia doméstica es sencillo cuando la vemos en otras mujeres, pero asumirse como tal no. Ello implica reunir la fuerza necesaria para retirar la viga que se carga en la propia vida y que, al menos en principio y apariencia se piensa doloroso, pero que sin duda te llevará hacia la otra forma de vivir