lunes, 24 de mayo de 2010

Viviendo a través de los hijos



Cuando los hijos  se nos parecen  hay que preguntarnos si es motivo de orgullo o momento de enmendar el camino.
Muchas veces como  madres, depositamos en nuestros hijos una serie de  expectativas que deseamos cumplan porque nosotras no pudimos: que sean buenos estudiantes, que terminen una carrera profesional, que busquen una buena pareja, se casen, tengan éxito; en fin, que hagan todo aquello que nosotras no pudimos, que sean lo que nosotras no  somos, que hagan lo que les  decimos pero no lo que nosotras hacemos: “Si, yo fumo pero tú no debes hacerlo”.
A menudo, estos deseos que  no pudimos realizar se convierten en mandatos que exigimos a nuestros  hijos, sin detenernos a pensar que ellos, como  individuos independientes y autónomos, vivirán una vida completamente diferente de la nuestra. Del mismo modo que nosotras hemos cometido muchos errores, pero también alcanzado muchos logros, ellos tendrán que vivir y sufrir los propios.
Nuestro deseo de “protegerlos” se puede convertir en una agresión constante como resultado de nuestra frustración al no obtener, tampoco a través de ellos, lo que no pudimos darnos o lograr nosotras mismas. Y entonces descubrimos unos hijos llenos de rencor, de enojo y con una autoestima pisoteada como resultado de no poder lograr nunca lo que esperamos. Niños que sienten que nunca nada es suficiente para  complacer a mamá  o que  nada les es reconocido porque  no es lo que se esperaba de ellos aún cuando han hecho su mayor esfuerzo o hayan logrado lo que ellos esperaban  de sí mismos.
Cuidado, no cometamos el error de tratar de imponer nuestras ideas a otros, y menos en nuestros hijos. Nuestra misión con  ellos implica mucho, pero mucho más, que cincelar una obra perfecta. Si aplicamos todos nuestros sentidos y ponemos atención  en los mensajes que  enviamos, podremos hacer las  cosas diferente y, casi como  espectadores, ser testigos de lo que nuestros hijos hacen  de su vida y estar a su lado para ayudarlos,  detener  su caída  o impulsarlos a elevar sus alas. No se trata  de alejarse, ser indiferente o abandonarlos; ni el hecho de no invadirlos quiere decir que no los formemos sino que los guiemos a partir  de valores  como  el respeto y la responsabilidad estableciendo límites sanos y desarrollando una buena y efectiva comunicación.
Tus sueños son  tuyos, trabaja por ellos, lucha por alcanzarlos, y cada día descúbrete capaz de plantearte nuevas metas  y lograrlas. Si  tienes  claro  hacia dónde quieres ir, tendrás  igual claridad para conquistar tu camino y no será necesario que busques en  otros tu realización.

martes, 11 de mayo de 2010

Madres mexicanas... Antes de ser madre, eres mujer


Un embarazo creará una vida pero transformará, cuando menos, dos más: las de la pareja que ahora serán madre y padre de quien está por nacer, y en esa medida marca un antes y un después que dura el resto de la vida.

Para las mujeres, sin embargo, el asunto puede ser un problema cuando hemos crecido con la idea de que algún día seremos la esposa de un marido y la madre de nuestros hijos, como si éstos fueran los valores o destinos únicos. Esperamos muchas veces completarnos con una media naranja o ser rescatadas por un príncipe azul. Jugamos con muñecas que comen, lloran, caminan y a las que aprendemos a alimentar, cuidar y vestir para algún día dejar de jugar y convertirnos de hecho, en lo que era una especie de curso propedéutico.

Sin darnos cuenta y sin reparar mucho en costumbres, tradiciones y roles de vida, estos juegos se convierten en obstáculos que no permiten plantear “la otra forma de vida” porque, justamente, nos fragmentan y nos hacen creer que algunas partes del todo que somos (como ser mamás) son más importantes que otras (como ser mujeres y/o licenciadas y/o pareja/ y/o familia) y que si no nos avocamos a ello estamos “defraudando” al mundo.

Pensemos. En realidad una mujer-madre que se viva sin el ánimo de seguir adelante porque ya sus hijos no la necesitan, seguramente nunca se atrevió a vivir su propia vida y vivió solamente la cara de mamá arrinconando la de la mujer en el olvido.

Como mujer, busca tu propia identidad y haz de los roles (madre, esposa, hija, hermana…) complementos de lo que en totalidad eres tú. No somos solo una parte y somos mucho más que la suma de las partes.

Ser una madre plena, requiere en primer lugar, ser una mujer, un individuo lo más completo, satisfecho y gozoso de sí que te sea posible y es, además, la mejor garantía de cambio, pues serás ejemplo para otras mujeres (tus hijas, tus hermanas y amigas) y también de los hombres (tus hijos que un día buscarán pareja), sobre cómo es posible vivir en armonía y con respeto hacia todos; empezando por ti.