Cuando los hijos se nos parecen hay que preguntarnos si es motivo de orgullo o momento de enmendar el camino.
Muchas veces como madres, depositamos en nuestros hijos una serie de expectativas que deseamos cumplan porque nosotras no pudimos: que sean buenos estudiantes, que terminen una carrera profesional, que busquen una buena pareja, se casen, tengan éxito; en fin, que hagan todo aquello que nosotras no pudimos, que sean lo que nosotras no somos, que hagan lo que les decimos pero no lo que nosotras hacemos: “Si, yo fumo pero tú no debes hacerlo”.
A menudo, estos deseos que no pudimos realizar se convierten en mandatos que exigimos a nuestros hijos, sin detenernos a pensar que ellos, como individuos independientes y autónomos, vivirán una vida completamente diferente de la nuestra. Del mismo modo que nosotras hemos cometido muchos errores, pero también alcanzado muchos logros, ellos tendrán que vivir y sufrir los propios.
Nuestro deseo de “protegerlos” se puede convertir en una agresión constante como resultado de nuestra frustración al no obtener, tampoco a través de ellos, lo que no pudimos darnos o lograr nosotras mismas. Y entonces descubrimos unos hijos llenos de rencor, de enojo y con una autoestima pisoteada como resultado de no poder lograr nunca lo que esperamos. Niños que sienten que nunca nada es suficiente para complacer a mamá o que nada les es reconocido porque no es lo que se esperaba de ellos aún cuando han hecho su mayor esfuerzo o hayan logrado lo que ellos esperaban de sí mismos.
Cuidado, no cometamos el error de tratar de imponer nuestras ideas a otros, y menos en nuestros hijos. Nuestra misión con ellos implica mucho, pero mucho más, que cincelar una obra perfecta. Si aplicamos todos nuestros sentidos y ponemos atención en los mensajes que enviamos, podremos hacer las cosas diferente y, casi como espectadores, ser testigos de lo que nuestros hijos hacen de su vida y estar a su lado para ayudarlos, detener su caída o impulsarlos a elevar sus alas. No se trata de alejarse, ser indiferente o abandonarlos; ni el hecho de no invadirlos quiere decir que no los formemos sino que los guiemos a partir de valores como el respeto y la responsabilidad estableciendo límites sanos y desarrollando una buena y efectiva comunicación.
Tus sueños son tuyos, trabaja por ellos, lucha por alcanzarlos, y cada día descúbrete capaz de plantearte nuevas metas y lograrlas. Si tienes claro hacia dónde quieres ir, tendrás igual claridad para conquistar tu camino y no será necesario que busques en otros tu realización.
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