La violencia contra las mujeres no es normal. No es una situación provocada por ellas pero sí es un proceso que muchas veces encuentra sus raíces en la niñez.
Es desafortunadamente común educar a los varones con ideas e imágenes violentas y agresivas considerándolas parte de su “naturaleza”, pero se trata de una equivocada percepción de la violencia como una herramienta para defenderse; o para ser “hombrecitos”, “machines” que aguanten y sean más fuertes o más rudos que los otros pues se vive como falta de carácter que un niño no reaccione cuando un compañerito de banca le ha dado un golpe o un empujón, recibiendo, además y generalmente, el regaño parental por su falta de “carácter”.
Poco a poco, hombres y mujeres asumimos que nuestra condición masculina o femenina representa una forma específica de comportamiento: agredir/aguantar, violentar/aceptar. Entonces, desde la infancia, las relaciones que establecemos con los demás son relaciones basadas en el poder o la sumisión. Ya en la adolescencia o la juventud encontramos con frecuencia alarmante la presencia de la violencia como un componente parasitario y letal en las relaciones, así como un medio para establecerlas, controlarlas y manipularlas. Durante el matrimonio, lejos de disminuir, la violencia psicológica revela además otras manifestaciones: física, emocional, económica y/o sexual con desenlaces fatales.
A veces, por falta de adecuados recursos emocionales, baja autoestima, pobre o inexistente control de impulsos o baja tolerancia a la frustración, aquellos niños a quienes se les enseñó la violencia como instrumento de defensa son hombres que la utilizan como instrumento cotidiano frente a las situaciones que escapan a su control o que les despiertan miedo o inseguridad.
El rol del hombre fuerte, proveedor dificulta a su vez una condición en que pudieran pedir ayuda para detener lo que parece una cadena interminable. Sin embargo, existe siempre la opción al cambio.
Sensibilizarnos con respecto a la violencia y su anormalidad es un buen inicio. Reconocer que se tiene un problema, ya sea porque se ejerce o se sufre, es el primer paso para detenerlo y resolverlo; para desaprender lo aprendido y establecer una comunicación diferente.
Reflexiona acerca de tu forma de relacionarte con los demás. Evita repetir aquello que a lo largo de tu vida ha significado daño contra ti o contra otros. Responsabilízate de tus acciones u omisiones y cambia lo que sea necesario cambiar. Tu vida es valiosa por el simple hecho de existir, recupera tu propio lugar fuera de los roles establecidos, y escoge aquél que te convierta en una mejor persona.
martes, 29 de junio de 2010
martes, 15 de junio de 2010
Hombres apoyando hoy
Seguramente has escuchado lo felices y afortunadas que se sienten algunas mujeres porque el hombre a su lado las apoya en las labores del hogar: …”me ayuda a barrer para que no se me haga tan pesado…”, o porque les permiten superarse: “el chiste es que no descuide la casa pero yo puedo estudiar o trabajar o cuidar a los niños…”. Estas parejas, si bien parece que empezaran a cambiar algunos patrones, se encuentran todavía muy lejos de una relación en igualdad.
Una relación en equidad no da lugar al control ni a la manipulación, “permitir” o “apoyar” son posiciones donde quien ostenta el poder hace gala de su benevolencia para “ayudar”.
Construir en pareja es recorrer el mismo camino hacia una meta en común: crecer, desarrollarse y fincar distribuyendo las tareas y convencidos de que ambos son solidarios en la relación y las responsabilidades así como también participantes de los mismos derechos.
Sabemos que cambiar una ideología, una costumbre o una forma de vivir, no es únicamente cuestión de levantarse un día y decir “hoy voy a ser diferente”. Para cambiar es necesario estar convencidos de lo que deseamos realmente con ese cambio y tener muy claro lo que se desea alcanzar. Dejar la comodidad del rol establecido da miedo por la mirada de la familia o de los amigos que aún no se plantean “la otra forma de vivir”, pero a través de experimentar la satisfacción por los cambios logrados y de la fortaleza que se adquiere con la alianza, este cambio se convertirá en una constante gratificación por vivir en congruencia con la vida en pareja.
La estima de una persona radica en los logros que tiene frente a sí mism@ y el reconocimiento de sus debilidades para enfrentarlas y modificarlas. Lograr un hogar es tarea de todos los que en él se desarrollan y no puede depender de las tareas de una o de las responsabilidades de otro, sino del amor que se le dedica a las faenas en beneficio de todos. Apoyar en el hogar es mucho más que permitir o ayudar, es vivir en pareja y compartir parejo.
martes, 8 de junio de 2010
¿Y el rol de los hombres?
Las mujeres no somos las únicas que vivimos situaciones de violencia y agresión y, para los hombres que quieren hacer cosas diferentes y valoran de forma distinta a sus compañeras o amigas, la vida no es muy fácil. Ellos, al igual que nosotras, viven en un mundo plagado de mensajes en los que su papel de proveedores rudos y agresivos es preponderante para lograr el reconocimiento social, situación equiparable a la que vive una mujer si por convicción propia desea renunciar a la maternidad.
Si para las mujeres el papel de ser pasivas, sumisas, marginadas es un estereotipo que a fuerza de mucho batallar empieza a cambiar, es necesario eliminar también en esta otra nueva visión de mundo el papel impuesto a los hombres de ser –o deber ser- los activos, proveedores y poderosos. Ambas ideas de lo que debe ser cada uno son erróneas y es necesario apartarlas de nuestras prácticas cotidianas.
Mientras sigamos reproduciendo esquemas donde siendo mujeres, nuestra condición va en desventaja. Mientras sigamos defendiendo una cultura en la que se privilegia nacer hombre sobre nacer mujer y repitiendo patrones porque los vivimos en lugar de cuestionarlos e intentar otros continuaremos, durante muchas generaciones, imposibilitados para cambiar.
Para un hombre, igual que para una mujer, las cargas emocionales que nos echan a cuestas pesan y son difícilmente eliminadas por su condición de obvias dentro la vida familiar o laboral. Generalmente lo que se vive no se cuestiona, ha estado ahí por tanto tiempo que ya nadie se pregunta si es correcto o no.
Para muchos hombres, la violencia no es solamente el medio por el cual se mantiene y perpetúa el poder sino una práctica familiar, cotidiana y perversa, que tampoco se cuestiona porque parece tan natural como respirar.
Una familia cuya visión de vida pueda modificarse y descentralizarse de los mensajes “te toca”, “me toca”, “eso te corresponde a ti por ser mamá o por ser papá”, etcétera, estará promoviendo una cultura y una sociedad incluyente en la que se pueda hablar del “nosotros” como una unidad.
Cuando podamos tomar distancia de nosotros para valorar a los demás y valorarnos a nosotros mismos, comprender que los roles o los prejuicios no forman a las personas y que las personas son mucho más que el papel social que desempeñen, estaremos mucho más cerca de cambiar realidades injustas e inequitativas que hoy por hoy prevalecen en muchos hogares y centros de trabajo.
Si para las mujeres el papel de ser pasivas, sumisas, marginadas es un estereotipo que a fuerza de mucho batallar empieza a cambiar, es necesario eliminar también en esta otra nueva visión de mundo el papel impuesto a los hombres de ser –o deber ser- los activos, proveedores y poderosos. Ambas ideas de lo que debe ser cada uno son erróneas y es necesario apartarlas de nuestras prácticas cotidianas.
Mientras sigamos reproduciendo esquemas donde siendo mujeres, nuestra condición va en desventaja. Mientras sigamos defendiendo una cultura en la que se privilegia nacer hombre sobre nacer mujer y repitiendo patrones porque los vivimos en lugar de cuestionarlos e intentar otros continuaremos, durante muchas generaciones, imposibilitados para cambiar.
Para un hombre, igual que para una mujer, las cargas emocionales que nos echan a cuestas pesan y son difícilmente eliminadas por su condición de obvias dentro la vida familiar o laboral. Generalmente lo que se vive no se cuestiona, ha estado ahí por tanto tiempo que ya nadie se pregunta si es correcto o no.
Para muchos hombres, la violencia no es solamente el medio por el cual se mantiene y perpetúa el poder sino una práctica familiar, cotidiana y perversa, que tampoco se cuestiona porque parece tan natural como respirar.
Una familia cuya visión de vida pueda modificarse y descentralizarse de los mensajes “te toca”, “me toca”, “eso te corresponde a ti por ser mamá o por ser papá”, etcétera, estará promoviendo una cultura y una sociedad incluyente en la que se pueda hablar del “nosotros” como una unidad.
Cuando podamos tomar distancia de nosotros para valorar a los demás y valorarnos a nosotros mismos, comprender que los roles o los prejuicios no forman a las personas y que las personas son mucho más que el papel social que desempeñen, estaremos mucho más cerca de cambiar realidades injustas e inequitativas que hoy por hoy prevalecen en muchos hogares y centros de trabajo.
lunes, 7 de junio de 2010
Madres cambiando el rumbo
Dejar un camino que seguimos sin más cuestionamientos que pensar cuánto tardaremos parece un sueño. En realidad, es una oportunidad que tomamos en nuestras manos y con la que transformamos nuestra vida y la de aquellos que nos rodean.
Cambiar las cosas empieza por imaginar cosas distintas, darles forma poco a poco y procurar pequeños pero firmes pasos para lograr un cambio de rumbo.
Hacer las cosas distintas significa darte la oportunidad de elegir hacia dónde vas y no darle a otros el poder sobre tu vida; es empezar por verte como quieres verte y no como crees que te ven los demás. No puedes vivir tu vida en función de los demás y pretender que ese es tu destino.
Mírate sin juzgarte, sin castigarte, sin regañarte. Mírate y observa que a tu alrededor las cosas se mueven cuando tú te mueves, mírate como generadora de cambios. No te compares con nadie. Tus experiencias, tu dolor o tu alegría son solo tuyos y tú decides si con ellos te anclas o con ellos emprendes una nueva ruta; mírate buscando dentro de ti las respuestas que necesitas. No te traiciones. No vayas en contra tuya aunque esto te haga ir en sentido contrario al de los demás.
Pensarte, mirarte, quererte y cuidar de ti misma no te hacen egoísta. Piensa en ti como la mujer que admiras porque está dispuesta a cambiar y a dejar de lado lo que no te corresponde cambiar. No arrastres aquello que sólo te detiene: recuerdos, pesadillas, ideas negativas pero, sobre todo, no arrastres tu vida: tómala en tus manos y ¡actúa!
Actúa para que tus hijas no repitan historias, para que tus hijos sean hombres distintos porque te ven con valor y te respetan por lo que eres; para que tus acciones se conviertan en modelos y tus palabras en motivación hacia ellos y hacia ti como aliento para cambiar tu rumbo.
Cambiar las cosas empieza por imaginar cosas distintas, darles forma poco a poco y procurar pequeños pero firmes pasos para lograr un cambio de rumbo.
Hacer las cosas distintas significa darte la oportunidad de elegir hacia dónde vas y no darle a otros el poder sobre tu vida; es empezar por verte como quieres verte y no como crees que te ven los demás. No puedes vivir tu vida en función de los demás y pretender que ese es tu destino.
Mírate sin juzgarte, sin castigarte, sin regañarte. Mírate y observa que a tu alrededor las cosas se mueven cuando tú te mueves, mírate como generadora de cambios. No te compares con nadie. Tus experiencias, tu dolor o tu alegría son solo tuyos y tú decides si con ellos te anclas o con ellos emprendes una nueva ruta; mírate buscando dentro de ti las respuestas que necesitas. No te traiciones. No vayas en contra tuya aunque esto te haga ir en sentido contrario al de los demás.
Pensarte, mirarte, quererte y cuidar de ti misma no te hacen egoísta. Piensa en ti como la mujer que admiras porque está dispuesta a cambiar y a dejar de lado lo que no te corresponde cambiar. No arrastres aquello que sólo te detiene: recuerdos, pesadillas, ideas negativas pero, sobre todo, no arrastres tu vida: tómala en tus manos y ¡actúa!
Actúa para que tus hijas no repitan historias, para que tus hijos sean hombres distintos porque te ven con valor y te respetan por lo que eres; para que tus acciones se conviertan en modelos y tus palabras en motivación hacia ellos y hacia ti como aliento para cambiar tu rumbo.
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